sábado, 27 de julio de 2019

Relato Ganador Premiado (PORTEADORAS )


Ana Maria Blanco de Castro


A Fátima, donde quiera que te encuentres
Día 1
He pasado muchas veces miedo, Fátima, pero creo que como hoy en la vida. Ya, ya sé que yo me lo he buscado, que quién me manda hacerle caso a Karim y llevar hoy la saca de su camión; tienes toda la razón, me he hecho la tonta y no he querido saber lo que había dentro, pero siempre hay algo. A Sidame le costó una buena paliza arriesgarse a llevar una de esas, se la quedaron en el paso, sí, hija, ya los del lado nuestro, los de Marruecos, y eso que claro que había dado todos los pagos, los sobornos que nos piden los guardias,  ya sabes que Karim nos da él el dinero para que les vayamos pagando a todos, y que sus sacas siempre se pagan a más. Donde los españoles dejé un euro a cada uno, en total tres veces me pararon, y donde los nuestros otros dos ¿Qué te parece? ¡Cinco euros! El resto de los días, con los fardos normales no dejo nunca más de cincuenta céntimos en total.
Pero bueno, al fin y al cabo, encima esta vez no es de mi propio dinero, pagaba Karim, y él me había dicho claramente cuánto dar a cada uno. Pero lo otro, lo otro Fátima es horrible, dejar que me sobaran, ha sido asqueroso, uno de ellos ha metido su mano nauseabunda por dentro de mi camisa, he sentido sus dedos apretándome las tetas como si fuera un cacho de carne, casi parecía que me las quería arrancar y con la otra mano se tocaba él, se tocaba entre las piernas y me miraba, un buen polvo tiene esta, Pepe, un buen polvo, habrá que esperarla el próximo día; y se han reído tanto los dos, yo sólo podía mirar al suelo rezando para que nadie lo viera y para que aquel mierda me dejara pasar ya. Una hora entera he estado en casa frotándome para quitarme la sensación de su mano, para intentar olvidar cómo me había tocado toda, cómo me manchaba…
Sentía  el corazón a cien por hora pero no hacía más que pensar en Ahmed, en el pequeño, en como tose y tose, tengo que llevarle al hospital, lo sabes, necesitaba el dinero, el maldito dinero que me ha pagado por llevar este fardo, pero no pienso volverlo a hacer nunca más.
Día 5
Este trabajo, este oficio de porteadoras que nos hemos buscado, es malo, Fátima, es muy mala vida.
Cada día recuerdo a Yosua, cada noche según salgo a las tres de la mañana de casa, según camino para hacer cola a  la entrada del polígono para coger el fardo de las narices, deseando que esta vez pese un poquito menos porque tengo la espalda deslomada, porque me duelen las entrañas de cargar con estos bultos que pesan más que yo, más que tú, más que ninguna de nosotras, y acarrearles, como mulas, que ya sé que es eso lo que nos llaman, las mulas, y es cierto, como mulas al matadero vamos luego por la jaula, treinta pasos he contado el otro día que me lleva atravesarla, treinta pasos y treinta posibilidades de que me caiga encima la porra de los brutos estos de los policías de la frontera, treinta posibilidades de que me tiren la carga al suelo o de que me la den treinta cuchilladas, que cuando no nos pasa a la una nos pasa a la otra; pero de Yosua me acuerdo todos los días, la veo allí, en el suelo, aplastada surgiendo de debajo del paquete, sus zapatillas rojas cada una por un lado, la manga de su chilaba verde, sus preciosas manos tatuadas con la henna. Culpa vuestra, animales, malnacidos, culpa vuestra y de nadie más, no paraban de chillarles el resto de las mujeres a los guardias. Yo veía la sangre, veía como se iban levantando las otras, las que cayeron encima de ella, veía todos los fardos caídos, las camisetas tiradas, las toallas, los zapatos, en fin, toda la carga de los que se habían roto, y debajo, qué horror, debajo de todo aquello, Yosua, muerta, aplastada.
Ese día no comimos nadie en casa, los dos pequeños no paraban de llorar y de pedirme algo, no entendían que yo no había podido ganar ni un mísero céntimo, al contrario, había perdido el dinero del taxi en el que vamos las del grupo, el euro cincuenta.
Día 20
¡A la mierda! ¡Se ha ido todo a la mierda! Estábamos todas en la fila, otra vez más, como siempre, como cada maldita mañana de estos últimos años. No tengo ni idea de quién ha empezado, no lo sé, creo que no lo sabemos ninguna pero cuando me he querido dar cuenta he hecho exactamente lo mismo que han hecho todas, he tirado al suelo el paquete dichoso y he empezado a chillar, ¡se acabó! ¡Llevadlos vosotros con las narices! No es verdad, Fátima, decíamos otra cosa peor, una palabrota, entiéndelo, estábamos y estamos mucho más que hartas, ya no podemos aguantar ni un día más esta bestialidad, y gritábamos cada vez más alto y saltábamos y bailábamos. Hemos dicho basta, que se acabó, que ya está bien.
Una de las mujeres, ya ni el nombre de algunas me sé, bueno, una de ellas que tiene una voz preciosa, ha comenzado a lanzar nuestro grito (como dicen los blancos ha empezado a “ulular”, a mí me encanta que lo llamen así) y la hemos seguido todas, y más, y más, era inexplicable, tenías que haber estado, cielo, te hubiera encantado, hubieras gritado y cantado como la que más, lo sé.
Los policías al principio nos miraban y no sabían lo que pasaba, empezaron a acercarse y a gritarnos sacando las porras, cuando iban a empezar a pegarnos nos hemos callado, venid, venid, juntas, cogeros de las manos, uniros, todas al centro de la carretera, dejad los bultos ahí.
Y ya no se han atrevido a tocarnos, apiñadas, enlazadas unas con otras, cientos de nosotras que somos todos los días, les hemos debido impresionar, se han retirado a sus sitios. Los de los camiones se han quedado también aparte. Todos se nos han quedado mirando. Me sentía tan bien. Por una vez en mi vida estaba haciendo algo para cambiar la situación tan humillante y tan dolorosa por la que estábamos pasando todas, va por ti, Yosua, pensé, va por ti.
No sé el tiempo que habremos estado allí, mucho, más de una hora, probablemente más de dos, es hermoso hacerse fuerte junto a las otras. Vámonos compañeras, ha dicho una, nuestra lucha ha comenzado y no pararemos hasta que se respeten nuestros derechos y nos traten como a personas, no como a perros.
                                                                               La Maga
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